jueves, 12 de noviembre de 2009

Abtrünnigkeit


Transcribo a continuación la traducción de un texto inédito en castellano del ensayista austriaco Josef Werner. Nacido en 1878 y olvidado por la crítica y la historia, Werner, medievalista y doctor en teología, miembro, posteriormente, del partido anarquista alemán, fue hallado muerto en la madrugada del 3 de noviembre de 1929 en la ciudad de Berlín bajo un soportal y abrazado a la carpeta que contenía los legajos con los que más tarde fue compuesta su única obra, misteriosa y apenas comprendida, Die Passagen der Wüste. Tras una “crisis febril”, según sus propias palabras, causada por las lecturas de la obra del filólogo alemán Friedrich Nietzsche, se distanció, definitivamente, de la teología y la fe para alistarse, como activista radical, en su juventud, en ambientes anarquistas. Aquí se le pierde la pista, algunos comentaristas de su obra especulan con que se refugió en la bohemia berlinesa y malvivió desempañando diversos trabajos, como corrector en un diario local, marchante de falsas obras de arte o, sencillamente, mendigo. Los textos que componen Die Passagen der Wüste apenas pueden ser clasificados por ningún canon y pertenecen a esa tradición fronteriza con la que el Ensayo como género ha cobrado carta de naturaleza durante el siglo xx y logrado emanciparse del ámbito académico sin dejarse, por supuesto, fagocitar por los géneros de ficción, las memorias o la autobiografía. Se trata de textos cortos, oscuros, a medio camino entre, especulamos, episodios bibliográficos y reflexiones sobre la época, la historia y el devenir de nuestra especie. El presente pasaje, “Abtrünnigkeit”, está fechado una semana antes de su muerte; plagado de referencias imposibles de delimitar, apenas podemos afirmar que contenga vivencias del propio Werner ni, menos aún, trazar una hipótesis sobre los sujetos a los que está referido; si es que existe dicha referencia. Hay quienes proponen que, con él, este ensayista austriaco estaba esbozando, como si de un visionario se tratara, una crítica a las relaciones humanas, a la incomprensión, a la incomunicación y a los acontecimientos que se sucederían posteriormente en Alemania y que, de alguna manera, continúan sucediendo en nuestros días, en nuestras ciudades, en nuestras costas; en definitiva, en nuestras fronteras.



Disidencia


Se asemeja el frío, con matices, al hambre: cuando no viene de nuevo, no basta con una simple manta para calmarlo. No es posible desasirse de esta sensación; de alguna manera, oscura, forma parte de nosotros: somos frío y hambre.


Ambos, como manifestación o advertencia, señalan el rastro de una carencia fundamental o de una negación reiterada; ansias que, quizá, los narcóticos puedan calmar, pero, en ningún caso, lograrán sanar.


Tanto el frío como el hambre anuncian una parte de lo vivo que se desvanece, a falta de cuidado o atención; esa porción de nosotros que se extingue y que no podrá ser ya repuesta, como un mal condicionamiento del que sólo podemos ser conscientes y con el que tratamos de lidiar a cada instante; porque ningún ahora puede ser reemplazado por cualquier mañana y de vanas promesas sólo se nutren quienes no aman realmente la vida.


El llanto en la madrugada del niño no atendido es una carencia que retorna, como frustración inevitable, cada madrugada del hombre que será; sus yagas, como durezas, configurarán su escafandra.


Todo lo contrario, la fiebre es un síntoma inequívoco de la victoria de estar vivo, de la batalla que se libra en un interior al que podemos o no permanecer ajenos. La temperatura ascendente, el susurro escalofrío, las sienes retumbantes y el pajizo del mentón, roto y amoratado, por la frontera de las mejillas escarpadas del guerrero, anuncian la furia, la terca resistencia o la insolencia, una vez más, de quien se niega, disidente, a enfundar su espada, replegar las tropas y arrojar su estandarte colina abajo.


Ellos gobernarán esta torre de su homenaje, festejarán nuestra ausencia y danzarán ebrios sobre nuestro escudo de armas; malversarán este legado de conducta no correspondida, retozarán sobre nuestro lecho, allanarán nuestras alcobas, yacerán con nuestras amantes y éstas se postrarán a sus pies...


Dejadlos,

ellos no saben, apenas intuyen, confiados; nunca estuvieron en un campo de batalla y desconocen la mirada cómplice de quien, más que temer, ama la vida y, por ello mismo, mira de frente, ofrece su mano, sin testigos ni acta notarial, da su vida y regala palabras que sólo pueden ser dichas en silencio: nuestra lengua originaria.


Ellos desconocen que ni una ni dos contiendas hacen la guerra.


Héroe es quien se revuelve mientras le quede aliento y sabe que cualquier victoria tendrá su mañana, extensión del ayer que nunca cesa.


A quienes sobreviven con lo puesto, sólo les queda asirse a sus recuerdos, su equipaje más valioso, donde macera el germen de esta fiebre.


Ni esta noche ni nunca, ya, bastará con detener a los sospechosos habituales; faltan empalizadas para contener nuestra fronteras.


Esta fiebre se transmite por el aire, ya no es suficiente con mirar hacia otro lado; de frío y hambre se nutre nuestro carácter, nuestra arrogancia.



[Berlín, 26 de octubre de 1929]


(Josef Werner: “Abtrünnigkeit”, Die Passagen der Wüste [1950].)