jueves, 24 de diciembre de 2009

El último Neandertal


El problema fundamental del darwinismo ha sido concebir la idea de la evolución en general y de nuestra especie en particular como una historia unívoca, progresiva, de perfeccionamiento de los organismos. La evidencia de que las especies actuales tienen su origen en otras especies anteriores en el tiempo, algunas de ellas ya extintas, es una premisa del darwinismo, pero no constituye en absoluto el darwinismo. Ante el muestrario óseo actual, frente a los datos recogidos por paleoantropólogos a lo largo del planeta, el darwinismo pide a gritos ser repensado y es preciso, ya mismo, un nuevo paradigma capaz de dar explicación a la nueva interpretación de los hechos y que ceje en su empeño u obsesión por “adaptarlos” al viejo gradualismo y a la selección natural como motor exclusivo de esa evolución.


Éste fue el error que nos llevó a pensar, cuando nos encontramos, nuevamente, ante el Homo neanderthalensis, que nos hallábamos ante una especie “anterior” a ese linaje que conduce al nuestro; un estadio precedente, desde un punto de vista evolutivo, que no había alcanzado la forma definitiva, el grado de perfección hacia el que nuestra especie, de forma teleológica, estaba predestinada.


Más tarde rectificamos: Neandertal no constituía, como especie, un estadio anterior al nuestro, Neandertal fue una especie que se hizo fuerte de forma paralela a la nuestra, con la que llegamos, incluso, a coincidir en el espacio y el tiempo; Neandertal, bien fuera desde un punto de vista fisológico, era el resultado de una adaptación adecuada y efectiva a su entorno y, desde un punto de vista cognitivo, especulan quienes lo estudian cada día, no tenía nada, a simple vista, que envidiar al Homo sapiens; simplemente era diferente.


Esta historia desmiente el carácter lineal y progresivo con que nos la representamos y nos muestra un árbol ramificado, de intentos, fracasos e injusticias, por qué no, de las variaciones a las que nuestra estirpe se vio sometida. Al final, sólo quedamos nosotros, ellos se extinguieron; ya no están, los habíamos olvidado.


Nunca es tarde para rendir homenaje a los héroes de la historia.


Nunca es tarde para recordar a quienes formaron parte de nuestra historia.


En determinado momento de la historia nuestros caminos se bifurcaron: nosotros permanecimos en la sabana africana... bueno, nosotros no, aquéllos que fuimos nosotros y también fueron Neandertal; un antepasado común a ambas especies. Ellos, sin embargo, colonizaron todo el continente europeo, su aspecto cambió, también sus formas de representación e interrelación sufrieron modificaciones complejas. De forma paralela, en el hemisferio Sur, nosotros sufrimos otras variaciones.


Dos especies, ante la misma oportunidad, nacieron.


La suerte estaba echada.


Pero en esta historia, que no deja de ser trágica, hay un enigma: el fin de su estirpe coincide, en el tiempo y en el espacio, con el re-encuentro entre ambas especies. Cientos de años de separación y de intercambio genético independiente, probablemente, hicieron que ambas especies no pudieran mezclarse, intercambiar genes, reconocerse como iguales.


Nunca conoceremos esta historia: la de dos seres que fueron uno y ya apenas lograban reconocerse mutuamente.


Un hecho siniestro: ellos se expandieron por todo el continente durante un estadio interglacial, aprovechando unas temperaturas menos gélidas que las del último pico glacial. Durante miles de años, sus genes, su morfología, su cultura, fue “pulida” por un clima adverso, “seleccionadas” sus variantes y “premiados” aquellos intentos que mejor resultados obtenían frente al estado de cosas que los rodeaba; durante cientos de años exploraron el continente, descubrieron sus ciclos estacionales, su fauna y vegetación... aprendieron a desplazarse, como en un baile a dos, de forma rítmica, según los compases de este baile. Ellos, de alguna manera, estaban mejor preparados que ninguna otra especie para sobrevivir a las condiciones adversas que el nuevo pico glacial habría de proponer. Eran hijos de la intemperie, la obstinación y las ansias por sobrevivir; habían llegado donde pocos lo habían hecho, reinaban en todo el continente. Su mirada era la del guerrero. Nosotros, tristemente, agasajados por un clima templado, esculpidos de forma distinta, ganamos la batalla.


Son muchas las hipótesis que tratan de dar cuenta de este hecho trágico. Algunos apuntan a lo más evidente: exterminio. Nuestra superioridad cognitiva (oda al antropocentrismo) se hizo valer y acabamos con quienes nos disputaban el nicho ecológico; a ello ayudaron nuestras conocidas y ya probadas artes disuasorias con quienes no nos identificamos o no pertenecen a nuestro clan y la consabida selección natural, que hizo de las suyas y “premió” a la especie mejor adaptada. Esta hipótesis, que no se sostiene por muchas razones, pierde fuerza; una de ellas es que, si fuera así, deberíamos encontrar, en un estrato de tiempo que represente unos diez mil años, lo que bien conocemos y llamamos “fosas comunes”. No es así. Tampoco la superioridad cognitiva puede ser esgrimida como argumento, puesto que está contenida en la tesis de la selección natural como motor evolutivo sobre la cual se apoya, pescadilla que se muerde la cola, para mantenerla como hipótesis. Hay quienes especulan con un desgaste genético: Neandertal dejó de existir a causa de la endogamia. El descenso progresivo de la temperatura hizo que los “contactos” o el encuentro entre clanes fuera en detrimento; lo cual perjudicaría su deriva genética y menoscabaría, hasta anularlos, sus índices de natalidad.


Es curioso cómo ambos, sobre las premisas darwinistas, se hacen eco de un antropocentrismo y una determinada visión de la historia. Hay una tercera opción, algo inocente: Neandertal no murió; nosotros lo salvamos, lo acogimos y mezclamos nuestros genes. Esta hipótesis, más darwinista que ninguna, no se sostiene de ninguna manera; por no decir que los biogenetistas que han codificado completo el genoma Neandertal excluyen toda posibilidad de hibridación o de híbridos fértiles.


Nunca sabremos por qué una especie mejor preparada que nosotros para sobrevivir en aquellas condiciones y con un universo cognitivo, si no igual, al menos equivalente, no logró pasar, con nosotros, a la historia. De ser así, la historia, tal y como la conocemos, hubiera sido completamente diferente. Las únicas explicaciones posibles sólo tienen lugar en el espacio de la ficción, en el de las hipótesis, en el de la poesía, en definitiva.


Aquí va la mía: ambos nos encontramos, tarde o temprano nos reconocimos (quienes marchamos, quienes los vieron marchar, otra vez frente a frente –por qué no presuponer un mundo simbólico/mítico rudimentario capaz de relatar esta distancia-), en algunos casos hubo enfrentamientos, en otros, reconocimiento y, progresivamente, comunicación, como fuera. Así continúan siendo las relaciones hoy en día.


¿Qué sucedió entonces?


Aquí viene la tesis contraria a la hibridación, que tampoco se pliega a la del exterminio. Quienes no quieren caer en ese antropocentrismo y, en voz baja, comienzan a poner en duda la exclusividad de la selección natural como motor de la evolución, hablan de determinadas cualidades emocionales en el Homo sapiens, separadas de cualquier ámbito cognitivo, con las que pudieron crear un sistema de formas sociales más complejo que el de la especie neandertal y mediante el cual lograron sobrevivir.


No lo creo, atribuir una cualidad, aunque no sea cognitiva, a una especie para explicar su “victoria” evolutiva no deja de ser una actitud antropocéntrica, basada en axiomas biológicos que, continuamente, se están poniendo en duda cada día a la luz de los nuevos descubrimientos, que, a su vez, interfieren, modifican, la interpretación de los hechos tal y como hasta ahora narraban nuestros libros de biología. Por no decir que no podemos probar de ninguna manera un mayor desarrollo emocional entre especies, puesto que eso no se puede medir y no es de recibo; va más allá de la especulación científica y roza el terreno bíblico. Recurrir al surgimiento del Arte para ello tampoco lo es. Este asunto debe ser estudiado mucho más concienzudamente, dar con nuevas evidencias y datar correctamente sus manifestaciones, para excluir manifestaciones similares en la especie Neandertal (aunque quizá las tengamos frente a nuestras narices y no las reconozcamos por cuestiones de inconmensurabilidad entre especies...).


Nos vimos, nos encontramos (hasta aquí todos de acuerdo), en algún caso nos matamos mutuamente y en otros intercambiamos información, modos y técnicas de supervivencia (hay pruebas que no excluyen todo esto). Quizá, para Neandertal, ese periplo, aquella aventura evolutiva que supuso su colonización del continente europeo -quizá tengan razón en eso-, pudo suponer su acta de defunción genética. Pero, ¿algún antropólogo se ha preguntado alguna vez por qué tuvo que ser así, por qué los dejamos morir? Aducimos que nosotros, si no cognitivamente, esgrimimos frente al tribunal evolutivo una cualidad que nos diferenciaba: nuestra humanidad; la solidaridad con los de nuestra especie; sin embargo, no la tuvimos, si es que fue eso, con Neandertal en los casos en que se dio el “encuentro”.


Los dejamos morir; ésta es mi hipótesis. Suponían una carga para nosotros, no entraban en nuestros planes... Tras el encuentro, tras la euforia primera por re-conocer a quienes vimos marchar, tras intercambiar nuestras historias, describir nuestras afecciones, representar nuestros rituales frente a frente, nombrar en voz alta a nuestros espíritus y compartir nuestro saber, sencillamente, llegado el momento, la hora del juicio evolutivo, les dimos la espalda y continuamos nuestro camino.


Tuvimos que olvidarlos, para soportarnos a nosotros mismo, puesto que nuestra humanidad, aquello que nos hace creer tan especiales, pudo estar fundada en una barbarie que hemos repetido una e innumerables veces a lo largo de nuestra historia: a la hora de la verdad, es raro encontrar un sapiens que no piense sólo en sí mismo, a la hora de la verdad, sapiens, es tercamente ambicioso y sólo actúa según sus aspiraciones. Ésta es, en todo caso, aquella cualidad con la que vencimos en el tribunal evolutivo.


Nuestra historia está atravesada por este hecho fundador, de neandertales está repleta nuestra historia. Sobre hechos similares puede estar fundada nuestra propensión a la culpabilidad y al olvido; otro más de nuestros siniestros bailes.


Siempre sentiré profunda simpatía por los de su(nuestra) especie. Siempre sentiré, de algún modo, que yo también soy uno de ellos. Siempre sentiré compasión y cariño por los que me tropiezo (los hay).


Quizá Benjamin tenía razón y, de alguna manera, nuestra humanidad nunca logrará realizarse mientras continúe atormentándonos el recuerdo de centenares de neandertales a los que dimos la espalda, dejamos morir para continuar nuestro camino y a los que, por mucho que nos empeñemos, no podremos olvidar.


Su recuerdo poblará de voces sin rostro nuestros sueños, nuestro mañana.


[Feliz Navidad]