jueves, 18 de febrero de 2010

Ruido de fondo


Presiento ese aliento frío, una vez más, que hiela tras mi nuca en el preciso instante en que el semáforo me da el alto; levanto el cuello del abrigo, alzo la vista hacia el cielo, sopla una leve brisa que me hace estremecer; detengo mi atención en la fachada de un edificio modernista con azulejos verdes, cubro con la vista el trazado inabarcable de la Diagonal, algo me golpea, ahí dentro, en ese lugar que no existe, y reemprendo mi camino por el paso de cebra, no sé en qué dirección.


Sí, sólo es miedo; ese martilleo difuso, ahogado, como un escalofrío, que te acompaña desde hace años, quizá demasiados.


Caminando lo curas.


No, en todo caso lo engañas, unos minutos; lo dejas atrás, le das esquinazo, pero se ha adherido a tu sombra y te alcanzará otra vez cuando llegues a casa.


Mejor espera.


Me detengo frente a un escaparate, observo mi reflejo: esa mirada indescifrable, incluso, para mí, evasiva, rabiosa, tiznada de temor, junto al pelo revuelto y la bufanda oscura atada al cuello como si hubiera querido estrangularme. (Parezco Antoine Doinel veinte o veinticinco años después. Siempre parezco Antoine Doinel.)


¿Cuándo fue la última vez?


No hace mucho, acababas de volver a Barcelona, aquel frío duró unos meses, te sorprendía cada mañana al montar en bicicleta camino del trabajo, a veces, también, a la salida, cuando cruzabas frente a la Sagrada Familia y hacías cuentas para calcular el tiempo que restaba para salir corriendo otra vez camino de clase en la otra punta de la ciudad. Luego se esfumó...


(Ya sabes cuándo: tomabas un kebap -que nunca supiste digerir y terminaste vomitando.)


Eso creíste, como la otra vez... Nunca se fue, nunca se irá, aquellos meses, todo, fueron una broma de mal gusto.


Eres un amargado.


Este invierno, parece, que no acabará nunca, cumple ya su decimocuarto mes.


“Mañana es sólo un adverbio de tiempo.”


El ruido de todo lo que me rodea llega a mí amortiguado; el tráfico, sus voces, el ajetreo en los comercios, en los zaguanes con portero... mi propio ruido, el de mis recuerdos, mi respiración, la llama del cigarrillo, mis labios acariciando la boquilla, el humo alejándose de mí... Todo es un inmenso cúmulo de sonidos que conforman uno solo, ese ruido de fondo de nuestras vidas al que nos acostumbramos y del que sólo nos apercibimos en determinados momentos. Hay quienes nunca lo escuchan, otros, sin embargo, apenas logramos zafarnos de él, da igual los decibelios con que tratemos de ocultarlo, el canal que sintonicemos o la calidad del electrodoméstico, ese ruido es nuestra banda sonora.


Disculpad mi tristeza.


(Nosotros no somos los culpables.

Ya lo sé.

De todo aquello ya han pasado varias vidas.

Lo sé.

Olvídate, entonces.

No puedo, todo eso soy yo.

Pues que les jodan si no la disculpan.)