sábado, 13 de marzo de 2010

Absolutamente insoportable


¿Sabes, limeño? Alguien sin nombre me dijo una madrugada sombría, mientras remontaba la ciudad cariacontecido con las manos en los bolsillos y un escalofrío rencoroso en la nuca, que todas las noches son una noche eterna, el punto de partida al que nos devuelve la monotonía del encorvado día, y que todos los pardos tejados maúllan a oscuras, como tristes felinos panza arriba, cansados de recibir patadas y desconsuelos, redondos de hambre, noctámbulos y preciosos: con miedo y ansias; siempre buscando el calor de las luces de neón o algún par de pies desnudos bajo un soportal.


Marinero, que cuentas historias de islas afortunadas, nunca olvides que aquel nombre falso que tatuaste ebrio una noche sobre tu piel rojiza y trasnochada, la única, en que creíste exultante, entre baile y baile, haber descubierto conjugar el verbo amar, siempre puede ser nombre verdadero en otros puertos, donde bucólicos artistas franceses con camisetas de franjas horizontales pintan impresionistas atardeceres en los que marineros como tú desembarcan sonrientes y altivos, marcando el paso al son de dulces canciones que sólo se aprenden en las promesas-noches de alta mar.


Julien, poeta sin rostro y, para siempre, principiante, así lo quisiste o ahí te empuja la Historia, que las apariencias no te engañen, yo también fui absolutamente principiante, quizá hace demasiado tiempo, pero tuve que aprender rápido, pues todo giraba a un ritmo mayor que los tiempos dados para cruzar ese triste puente que es el tránsito de lo posible a lo improbable. Mi infancia, no lo quieras saber, terminó donde suelen comenzar las de la mayoría.


A veces soy más niño ahora que entonces (pero en pocas ocasiones, ya, principiante).


Fui principiante, sin duda, también, como tú no quieres dejar de querer ser, opción ética o estética, quién lo sabe, cada día de mi vida y dejaba de serlo todas aquellas noches malditas, como yo, maldito.


Fui principiante cuando crucé por última vez la puerta de aquella jaula baldía, apenas abrazada por el sol; volaba torpemente, como suele suceder con las aves criadas en cautividad, y mi canto, débil, primerizo, se entremezclaba con los murmullos de una urbe decadente y apenas podía ser escuchado. Tardé un tiempo en dejar de ser un gorrión tembloroso y esquivo antes de lucir este pelaje oscuro y esa mirada aguileña que acompaña al fruncido de mi ceño cuando grajo y despotrico en alta voz como si el mundo quisiera escuchar lo que calla porque nunca quiso escuchar.


Somos malditos porque vivimos en la Era del Silencio.

¿No lo escuchas?

Todos callan.


Más tarde llegó eso que llaman el saber, mis huidas hacia el libro, mis amantes, las palabras, resultaron ser beneficiosas; sí, también yo fui un ilustrado y también quise, como tú ahora, ser eterno y absolutamente principiante; abrazar la belleza cada día, danzar con niñas de mirada triste camino de algún puerto donde bravos navíos zarparan siguiendo los designios de aquellos astrolabios hechos para constelaciones de otro mundo, despertar una revuelta en cada esquina y soñar cada noche con la revolución que aquellas páginas enmohecidas y sin apenas diseño de cubierta nos prometían. Leía a poetas de más allá, embrutecidos por calles en las que me proyectaba encanallado y soberbio, y poetas cabreros de mi tierra; ojeaba imágenes en blanco y negro de las ciudades-puertos en los que necesariamente, un buen día, desembarcaría; tarareaba canciones que quizá tarareó mi abuelo aquellas noches en que la sangre abonaba esta tierra; escribía novelas que nunca se escribían (quizá esto es lo único de lo que nunca he podido librarme) y caminaba triste, con esa tristeza que tanto gusta al poeta cuando no sabe cómo serlo y si lo es de alguna forma.


También, yo soy uno de tantos escritores que no escriben.


Julien, sí, fui yo uno de quienes telefonearon aquella tarde en que nevaba, como hace años no sucedía en la ciudad de los prodigios, para decirte que, durante unos minutos, volvía a ser absolutamente principiante; que estoy cansado de mirarlo desde el cielo, que también yo sueño con Berlín, no ése que propagandan en las revistas especializadas en cooltura, ya sabes...; que, a menudo, también pienso en nuestro amigo Benjamin, pero no el Benjamin niño, sino el otro, el que sabía que nunca volvería a ser niño, el que escribía oscuro y desordenado, el que tomó aquel tren con parada en Port Bou... quien no quiso que nuestro ángel de la Historia pasara desapercibido; porque tras cada historia se oculta un ángel espantado.


Julien, también soy muy consciente de que puedo llegar a ser absolutamente insoportable, pero es que estoy muy cansado, tremendamente, de trasnochar cada noche que pasa a la espera de ese mañana que nunca llega (y, sí, un soplo de viento me arrastra hacia el futuro y me arranca espantado, me distancia... y sólo me queda mirar con tristeza aquello que se aleja).


Hay noches, cuídate bien, que pueden amortajar a cualquiera.



Discúlpame, Julien, por ser un prosaico.




Siempre suyo,

este, absolutamente, insoportable.