domingo, 6 de junio de 2010

De vuelta a casa (IV)

La tarde declinaba cansada y sin prisa, arrastrándose a mi espalda, en una plaza cualquiera del Estado de Gracia. Resolvía los minutos acompañando a un lazo verde que el viento ondeaba de esquina a esquina por un escenario de ensueño, entre palabras robadas y cigarrillos finos; aquel gran reloj de sol que marca las costumbres y determina el espacio de los habituales; ya conozco de vista a casi todos, alguno parece reconocerme también a mí.


El aire todavía es saludable, la sombra benigna, el sol apenas estrangula y, después del frío, me desenvuelvo como si andara por casa.


Este invierno ha derribado algunos edificios, hecho desaparecer personas y engordado al paquistaní al que le compraba cerveza el pasado verano. Casi no ha hecho mella, todo es demasiado igual a sí mismo, un año más viejo.


Apenas me había dejado arrastrar por estas calles durante los últimos meses; si abandonaba la cueva casi siempre era para acompañar a Julien y a C. a mi antiguo barrio, siempre en noches lluviosas e histriónicas en busca de alguna hoguera.


Para qué mentir, la tarde hizo de mí un despojo de ese y la imposibilidad me llamaba por las calles, excitaba mis instintos, como una voz desconocida que no se deja atrapar y que parece surgir de todos lados, y las calles se retorcían como lombrices descubiertas bajo un matorral y todas las risas siempre llegaban desde muy lejos, estridentes, y el sol se marchó sin que pudiera despedirme, sin avisar.


Comencé a silbar canciones, muy alto y con una sonrisa en la cara, para ahuyentar a las luciérnagas y a una pequeña nube negra que siempre van conmigo; sin mucha suerte, por cierto.


Satisfacía mi sed, también sin mucho decoro, hurtando vasos olvidados en barras atestadas de felices ciudadanos que me sonreían, no sé si por exceso o por celo, qué más da, el caso era calmar mi garganta.


A esa hora en que las gentes de bien se retiran a sus casas, yo trampeaba con la luna, que, como un faro, me indicaba, igual que una madre delicada, el camino de vuelta a la cueva.


Quería contarle historias, decirle cómo fueron todos estos años, mostrarle que ya era un hombre deshecho, como todos los demás, y señalarle aquel árbol sin frutos que yo planté en el jardín del desencanto, pero de pronto ella me dio la espalda y se confundió con un farol, y agaché, una vez más, la cabeza cuando advertí que era luz artificial la que me escoltaba de vuelta a casa.


No era una intuición, tampoco un presentimiento; una vez más, de vuelta a casa, supe que ese instante, tal y como en ese momento era vivido, habría de vivirlo una e innumerables veces, tal y como anteriormente había sucedido.




Muss es sein?


Ja, es muss sein.