viernes, 16 de julio de 2010

Spleen (III)

La música de ese baile podía escucharse desde cualquier parte. No importaba el lugar en el que trataras de esconderte; las risas de fondo, el olor de la fiesta, sus pasos distraídos, las voces lejanas... todo aquel escenario reverberaba a mi alrededor, como si yo formara parte de él.

Llevo años escuchando ese “ruido de fondo”.

Toda fiesta que se precie ha de tener su lista de excluidos; ya se sabe... damos ambiente a la entrada y hacemos sentir imprescindibles a quienes avanzan con su invitación bajo el brazo sin mirarnos, qué atrevimiento, dignamente a los ojos.

Yo nunca he querido entrar en ese baile; alguna vez, casi, me ofrecieron invitación. Al parecer nunca di la talla en tales circunstancias. De una manera u otra, tarde o temprano, alguien se arrepentía y aceleraba el paso cuando me presentía cercano.

Ciertamente, apenas tengo ritmo.

Tú no eres de los nuestros; quizá traigas mala suerte.

¿Sabéis? Jamás me he rendido; por todo lo que tengo, lo obtenido, sólo puedo dar gracias a mi esfuerzo, a mi obstinación y a esta capacidad que, quienes la conocen, tildan de sobrehumana para resistir lo que pocos podrían aguantar apenas unos meses sin perder la razón o despojarse de su dignidad.

Se acabó el baile, despréndete del traje, nunca te sentó del todo bien; vuelve a tu cloaca.

“Indulgentiam, absolutionem et remissionem omnium peccatorum vestrorum, spatium verae et fructuosae penitentiæ, cor semper penitens et emendationem vitae, gratiam et consultationem sancti Spiritus et finalem perseverantiam in bonis operibus, tribuat vobis omnipotens et misericors Dominus.”

Gracias, ahora me siento mejor por vuestras plegarias pero ahorraros las bendiciones (urbi et orbi).

Pensaba que, alejado de aquel baile, podría danzar al son de su música sin necesidad de invitación.

¿Entendéis, ahora, a qué me refería?

Ninguna verdad nos será revelada al amanecer.

Sólo merecen la pena quienes permanecen cerca durante la resaca de esta fiesta que siempre acaba.

Pero este neandertal, esta vez, no emprenderá su carrera migratoria hacia el sur, en busca de un clima templado, para ver en su reflejo la imagen del último de su especie.

Soy terco como una mula, por eso no soy humano y me alimento con vuestros despojos y maldigo la divinidad desescombrando por los suburbios de vuestra (mala)conciencia los cristales decadentes de este gran mausoleo erguido en nombre de la peor, entre todas las malditas, de las especies.

Este fuego a partir del que surgimos será la llama que nos transforme en escombro.

¡Escuchadlo! Es como el silencio insoportable que precede a la catástrofe.

Observar la bandadas de aves migratorias emprender el vuelo fuera de su ciclo.

... que este tiempo, nuestro tiempo, jamás selle mi silencio.