miércoles, 9 de febrero de 2011

Cuestión de suerte


La episteme griega (la clásica), como es sabido, carecía de la representación moderna del individuo, el sujeto, como unidad y centro de una experiencia; ésta es la razón por la que la idea de destino es uno de los ejes principales que nos ayudan a comprender y tratar de tantear, pese a que se nos hace imposible interiorizarlo: vernos de esa manera, el hecho, siniestro para el hombre moderno, de carecer de la experiencia subjetiva de individualidad que nos arrastró a la percepción, más bien intuición, de que el yo formaba un sustrato independiente del cuerpo. La responsabilidad de los actos es un principio judeocristiano, más tarde cristalizado en el derecho romano, y nuestro concepto de libertad, que se opone al concepto clásico de destino, está forjado en oposición a la representación mecánica de la naturaleza con que la ciencia moderna revolucionó nuestras artes persuasivas.


(En cuanto se toca una pieza saltan todos los resortes.)


Sobrevivía en su cultura, como vestigio de una religiosidad ancestral, la creencia en los daimons, divinidades de origen primitivo, a quienes atribuían la capacidad de intervenir en su “destino”, en sus acciones, en sus pasiones… de “entrar”, en definitiva, en sus cuerpos; por lo que en su condición subjetiva la responsabilidad de ciertas acciones o acontecimientos no podía serles atribuida. Uno de ellos era Agatodemon (Agathodaimon): demonio benefactor que acompañaba al individuo y que se manifestaba, cuando él lo creía conveniente (o cuando el héroe lograba persuadirlo para ello), en la “suerte” de su destino. Ésta es la razón por la que existía un culto a los dioses, puesto que estar a bien con ellos podía inclinar la balanza a su favor o en su contra.


Que la fortuna te sea propicia era una fórmula con la que, literalmente, se invocaba la intervención de un agente externo; puesto que el destino del sujeto quedaba fijado en un horizonte inquebrantable y cualquiera de las acciones que pudiera emprender para sortearlo no eran más que caminos que conducían, con más o menos dilación, a ese final anunciado al héroe. Este tipo de formulaciones mostraban un paradigma espistémico en el que el pensamiento mágico-religioso había alcanzado su más alta cota de sofisticación.


Pero lo cierto es que la suerte o la falta de ella no son acontecimientos del mundo, y ya sea desde un punto de vista mágico-religioso, romántico incluso, o instrumental, este mundo, esta vida, carece de daimons o leyes susceptibles de ser persuadidas.


Nuestro concepto de destino, ahora, no es el del camino trazado de antemano, sino el de la lógica de hechos históricos que desembocan en un determinado estado de cosas en el que el azar y la voluntad libran batalla en un amanecer sin fin, que se inaugura cada mañana en la que el guerrero, cansado tras su aciaga noche velando armas, irrumpe en el día con la desconcertante esperanza de que éste será su día, el día (nuestro día). Sonríe, con ironía, las promesas de Agatodemon; sacude sus ropas y trata de ocultar las arrugas del tiempo que las aja; sabe que la vida es un milagro y que la humanidad apenas es frecuente; reconoce la decadencia de lo que un día fue bello, tras esas puertas sólo se esconde la avaricia; la incertidumbre es su mejor amiga y las palabras carecen de poder y de fuerza, como una oración sin dios que la escuche, sin nadie ya a quien distraer.


Nada he de serle propicio, nada ni nadie le acompaña; es su tenacidad la que lo arrastra a las calles, la que atraviesa la historia (su historia); su tenacidad y su fuerza, la de quien no tiene nada que perder y todo por ganar. Jamás se conjura a la fortuna; si acaso en algún momento, sin apenas esperanza, reclama justicia, pero enseguida todo clarea y se mofa de sí mismo cuando recuerda que esta diosa tampoco jamás existió. La suya es una existencia de promesas incumplidas, de palabras sin peso, de huellas borradas y labores nunca recompensadas.


Los costes de este empresa son cada vez más elevados y ya no hay día que se repita a sí mismo, una y otra vez, que todo cuanto le rodea y se tiene en pie es un milagro.