lunes, 9 de mayo de 2011

Spleen y Doxa (II)


Todos tienen razón; todos saben que el otro no sabe y yerra; ninguno de ellos pone en duda las mediadas a tomar o el juego agonal de medidas-a-tomar. Por ello se reúnen, segregados unos y otros, al calor del vino con sus trajes de gala y con quienes como ellos tienen razón, para darse palmadas en la espalda y escuchar su verdad de labios de otro.


En una ciudad costera de Sudamérica se juega el futuro de un país; el miedo es el principal argumento político y, en esta ocasión, parece que una vez más el peso inclina la balanza hacia el estado del miedo. (Y el miedo, como sabía Benjamin, facilita que la norma sea el estado de excepción.)


La lluvia en abril es torrencial cuando yo salgo a la calle e improvisada cuando salgo a tender la ropa.


La primavera es necesariamente absurda si no encuentras ninguna razón para devolverle una sonrisa (o si el invierno te la he hecho recordar con impaciencia).


El último día del mes es sorprendentemente similar al segundo día de la semana.


El jubilado del quinto disimula con el teléfono en la mano sentado en el rellano del segundo porque tiene que subir los cinco pisos en dos tiempos; se distinguen sus jadeos cuando lo escucho llegar a casa.


Hay a quienes le irrita de mí cierta falta de ambición mal comprendida.


Temo a quienes (se) esconden lo que su conducta evidencia –no os fiéis nunca de ellos.


La subjetividad contemporánea es una condición epistémica irrenunciable y, aunque histórica, determinante –en un sentido kantiano-. Que no os engañen con cantos de sirena o promesas que son contratos (mercantiles), lo habitual es que, tras ello, se esconda un moralista.


Nunca abraces ninguna creencia o ideología que prescriba tu estado de ánimo; el ánimo es, como digo, un estado, no una regla.


Tras la inmensa mayoría de las ideologías de nuestro tiempo nos las vemos con una compulsiva actitud revanchista.


Primera regla de la física contemporánea: Si tú crees que es así, conceptualmente no puede ser de otra manera.


¿Por qué los bebedores son los únicos consumidores de estupefacientes que no comprenden que no a todo el mundo le tiene que gustar la bebida?


Ya no pretendo encontrar en ninguna biblioteca La vida. Instrucciones de uso, pero, lo mejor, es que tampoco ansío escribirlo.


Me hacen temblar quienes echan en falta o señalan la carencia y la necesidad de un mesías intelectual; sus palabras o sus deseos sólo evidencian la orfandad sentida o sus aspiraciones de paternidad. Ellos me atemorizan aún más que el idealista al uso, puesto que proyectan como deseo una representación personalista de la autoridad: su necesidad de y su candidatura a la autoridad.


El idealista se mece en la paradoja de que el Mundo se encuentra más allá de lo mundano; lo cual arremete con pasión contra todo lo prosaico: el desplegar de lo vivo.


Miro a mi alrededor y tengo la impresión de hallarme en una nave varada en el océano y me pregunto si es ésta la calma que antecede o acontece tras la tormenta. De igual manera, no puedo evitarlo, siento escalofríos cuando interpreto el escenario como los restos de un naufragio.


A veces siento frío incluso cuando hace calor, pero, en este caso, el frío no es conceptual (pese a la reacción física concomitante).


Por mucho que quiera no sé odiar.


Cuando no duermo bien soy irascible.


A veces duermo bien.


(Me pregunto si al final de todo esto habrá obsequio de consolación.)