Cualquier toma de decisión que suponga una hipoteca más allá de su tiempo excede en todos sus términos el espacio corrompido de lo político.
El ámbito de lo político tiene su morada en el desarrollo ordinario de los acontecimientos, donde la vida y la muerte danzan de la mano un baile cuyas notas apenas presentimos ni se dejan escuchar.
El momento de la decisión viene determinado por el tiempo crítico y abarca un tiempo excepcional, un instante hecho de instantes frustrados y fisurados en los que la enhiesta figura soportada e intuida “excede” cualquier sentido y sabe, consciente, de su falta de legitimidad en una Historia que ha llegado a su fin y se sabe plena y renuncia al tiempo que la urge en nombre de un proyecto marchito.
Sólo por unos instantes, el eterno ciclo queda en suspenso y el retorno a lo mismo señala el camino hacia el centro de la esfera en la que nos vemos atrapados como el insecto en la tela de araña;
(... aunque, al menos, ya no somos marionetas de su rueda).
Requerimos de un nuevo concepto de lo político, de su revisión, cuyo horizonte inabarcable no sea más que este presente al que ha de atender y curar más allá del horizonte histórico que lo constriñe.
La profesionalización de lo político ha contribuido, sustentada por espacios delimitados que determinan nuestra identidad y nuestra capacidad de acción, a la destrucción y muerte de la condición misma de este viejo concepto con el que, en su día, nos autoproclamamos Humanidad. Porque lo político no es más que aquello que acontece en nuestras relaciones personales, inmersas en serias, inevitables y, por ello mismo, insobornables, estructuras de poder; aquello que es temporal, provisional, y no un entramado institucional dado en el que participar adhiriéndose a un grupo marcado, con mayores o menores opciones de triunfo.
El Final de
En nuestras sociedades contemporáneas, principalmente aquellas que han sido lastradas y larvadas en un pensamiento religioso monoteísta, los individuos pierden, tarde o temprano, su poder de ciudadanía aniquilando y empobreciendo su experiencia. Los antiguos miembros de la polis se constituyeron en elementos que conformaban la ciudad, eran ciudadanía, fueron polis (en un sentido muy poco maniqueo); un ciudadano de nuestros estados modernos pierde conciencia de su poder como ciudadano, ajado por su experiencia doblegada, y entrega su poder a las altas instancias para las que trabaja y por las que sucumbe, para formar parte de un engranaje cuyo único fin es su no finalidad, velada bajo el concepto más abominable: el horizonte incansable y incomprensible del progreso, en cuyo nombre firman en nuestros parlamentos actas de defunción o penas de muerte cada día de la semana.
El momento para las pequeñas utopías prescinde de cualquier pretensión del tiempo histórico tal y como ha sido concebido desde el comienzo de
En nuestras manos está la decisión, oculta tras la crisis que acompaña nuestro tiempo: podemos continuar siendo esclavos de esta rutina que es
Porque el Final de
(Así sea.)