miércoles, 24 de abril de 2013

Spleen (v)


He pasado estos meses repitiendo eso de que yo ya no escribo, que soy un mercenario y que, a menos que me paguen por ello y no me obliguen a fingir entusiasmo, no hago otra cosa que encogerme de hombros y esperar con afán el final de cada día.

He pasado meses repitiendo a todo el mundo eso de que soy un escritor que no escribe y que serlo es un arte en sí mismo y, en ocasiones, hasta una profesión, como todas, mal comprendida.

He pasado meses mintiéndome a mí mismo para eludir la responsabilidad de asumir la derrota y contarla, como haría cualquier escritor que sí escribe.

Sí, eso creo; han pasado demasiados meses y los días se eternizan y persiste esta desafección por la palabra, cualquiera.

Ésta no es una encrucijada de la vida, apenas me atormentan cuestiones existenciales; es una encrucijada de palabras, conceptos y sonidos que forcejean inútilmente por ver en ellos un sentido que, me temo, nunca más les será restituido.

Como un mulo de carga, lo echo todo a cuestas, investido por ese silencio de quien sabe que lo único asible a su alrededor es negarse a agachar la cabeza frente a la infamia del sacrificio de una generación quemada de antemano y arrastrada por los pelos hacia callejón de sus sueños.

Y así estrangulo las palabras, bordando frases tratadas industrialmente para su consumo y dominio público, deshechas de toda luz y listas para su distribución.

Esta alteridad, de ser uno y otro, según convenga, tiene la contrapartida de requerir la noche para ajustar mi cuerpo a la alta traición.

… de ser todos, ya no soy ninguno, y el tiempo de mi recreo nocturno apenas logra devolverme una imagen cabal de mí mismo.

No creo que desertar sea una solución, no quiero arrastrar conmigo el estigma de la derrota. Sé que mi destino está ligado al futuro que nos espera, y esto lo dice alguien que ya no cree en el futuro.

Este viento del norte, ese manto gris nocturno… ¡ojalá falte poco!


No tenemos remedio.