martes, 17 de enero de 2017

Hijos del Tiempo



La octava tesis de Benjamin comienza con ese sutil, aunque inevitable, anuncio de un nuevo sujeto histórico:

“La tradición de los oprimidos* nos enseña que el ‘estado de excepción’ en que vivimos no es sino la regla.” (W. Benjamin, Tesis de Filosofía de la Historia, Tesis VIII)

Nada es inocente; menos aún hoy en día. La dicotomía con la que pretende ir más allá de un concepto materialista de la Historia y superar la oposición categórica (burguesía-proletariado) con la que el pensamiento europeo quiso “salvar la experiencia”, se confirma con una nueva forma de narratividad histórica. Una historia que de ningún modo podrá ser ya la historia de los vencedores, y que, por ello mismo, bajo mi interpretación, jamás-ahora-ni-nunca podrá ser narrada como una restitución.

Creo, pienso, focalizada en la Historia, la tradición de los oprimidos, su relevancia en la construcción de la historia o su impulso vital hacia un mañana en el Espíritu, no podría ser jamás un acto de revancha. A cualquiera que se inscriba en la tradición de este sujeto histórico le han de faltar agallas para ejercer de verdugo y tomar el testigo.

La lucidez de Benjamin fue ese “gasto” de vida y tiempo en su batalla intelectual por dar con una nueva categoría capaz de redimir y salvar la experiencia más allá del enfrentamiento, de la oposición de la materia, del entrechocar de los átomos para una Física carente de consideraciones éticas y suscrita a la categoría de progreso, que no es más que el estandarte histórico de la otra tradición: la tradición de los vencedores, de los opresores.

Este nuevo sujeto (los oprimidos, los vencidos, los represaliados, los expatriados, los refugiados…) y su inscripción en toda una tradición histórica que preña de sentido nuevamente la Historia, es tan contemporáneo que termina por asumir plena validez en el nuevo discurso político cuando es traducido, desde hace apenas unos años, en la oposición “los de abajo-los de arriba”. Asimismo, alcanza la aspiración kantiana de universalidad en cuanto es aplicable por todo el globo.

A la tradición de los oprimidos pertenecen quienes comenzaron su odisea jugándose la vida en el Egeo y ahora sobreviven (quienes lo consiguieron) con el corazón helado y desesperanzados en los múltiples campos de refugiados diseminados por Europa (esa patria que nunca fue). A la tradición de los oprimidos pertenecen los cientos de miles de europeos que, en la última década, han visto violadas sus expectativas de vida: padres y abuelos resignados e impotentes ante la miseria de sus hijos-nietos, mi generación: varada material y vitalmente, suspendido cualquier proyecto vital, sin capacidad de reacción, emprende una huída (sin fin) hacia adelante que, todos sabemos, será dramática tarde o temprano. A la tradición de los oprimidos, también, pertenecen esos millones de mujeres que, por el hecho de serlo, ven frustradas sus expectativas, laborales y vitales, sus madres y abuelas, auténticas heroínas carentes de espíritu de revancha, piezas fundamentales en los engranajes de la Historia, orgullo de clase para los oprimidos. En esta tradición, añadimos a todos aquellos que, de alguna forma, han sido objeto de discriminación, violencia física o verbal; a todos aquellos que no han tenido su oportunidad.

A la tradición de los oprimidos pertenecen todos aquellos que renuncian de antemano, sin ninguna otra aspiración, a ocupar el lugar del opresor, porque arrastran tras de sí la sombra de la derrota, quizá porque ocuparon el lugar del represaliado en otra época (épocas fértiles para el tesoro de la sensibilidad)… ¡Qué más da!

La tradición de los oprimidos nos ha de enseñar que este nuevo sujeto histórico no puede ni debe asumir el lugar del opresor, a menos que éste quiera cambiar de tradición. Son muchos los que, esgrimiendo su pertenencia a la tradición de los oprimidos, sin saberlo, sin quererlo, ocupan, por derecho o sin él, el lugar de los vencedores; se vanaglorian y enfocan su rabia en actitud revanchista para disfrutar inconscientemente de las mieles del opresor. Su ensañamiento es un atentado a la tradición de los oprimidos y esto, como el ángel de Klee, Benjamin también lo sabía: él quisiera “[…] despertar a los muertos y recomponer lo despedazado”, pero permanece pasmado, mirando al pasado, empujado por un torbellino hacia el futuro. No hay restitución sin venganza, también esto lo sabía, pues ésta es la vía errónea por la que la tradición de los oprimidos aspira a ocupar el lugar de los vencedores.

La tradición de los oprimidos es la narratividad sin fin y es, también, no hay manera, el discurso, la poiesis, de los vencidos.


Somos hijos del tiempo (y de la furia).



*La negrita es mía.

Barcelona, 17 de enero de 2017