lunes, 30 de diciembre de 2013

Acuerdos


Recuerdo que un día prometí publicar aquí algo que tenía en mente sobre el contrato social y, como esta mañana me he levantado con ánimo montaigneano, he decidido tirar la casa por la ventana, apagar el móvil e ignorar una caterva obstinada de mails febriles que se reproducían como setas con signos de exclamación en la bandeja de entrada. Luego he prendido un pitillo y aquí va.

No esperéis un análisis teórico, os lo advierto, para eso sólo tenéis que robar cualquier edición de ensayo de alguna biblioteca pública y completar ese hueco que tenéis junto a Benjamin o Marx en vuestra biblioteca privada. Yo aquí vengo a decir cosas raras y a no defraudar a esos cuatro gatos que tienen a bien el gusto de visitarme y además no me insultan; para la doxa, hay doxógrafos mejores.

Veamos, cómo era aquello… Sí, todos sabemos lo que es el contrato social porque todos hemos visto la película aquella en que unos niños-bien naufragan en una isla en la que sólo hay cocos y jabalíes y comienzan a comportarse como sus padres pero sin que nadie los mire. Eso, y que también todos vimos el lamentable espectáculo que dio Gustavo Bueno cuando accedió a ir como contertulio a la primera edición de Gran Hermano aquí en el país de la amistad.

(Explicarle a un español lo que es el contrato social es como tratar de explicarle a la cigarra el cuento de la Hormiga y la cigarra.)

El caso es que hubo un tiempo en que unos señores cuyos nombres en castellano suenan muy mal dedujeron que hubo otro tiempo anterior a ese tiempo en que nosotros vivíamos en un estado de naturaleza. A grandes rasgos: para aquellos a quienes la histórica del Génesis les resulta verosímil, ése fue el único momento de paz, concordia y felicidad para nuestra especie; fue el desarrollo social el que nos pervirtió e hizo necesaria la firma de un contrato o pacto para no matarnos los unos a los otros, aunque de vez en cuando lo rompemos porque somos gente inconstante y socialmente corrompida. Los menos cándidos simplemente intuían que esto siempre había sido así y que ese pacto o contrato social, que las sociedades en definitiva, tenía lugar para evitarlo o tratar de evitarlo siempre que fuera posible.

Bien fuera por uno u otro lado, el caso es que esta idea siempre ha servido para justificar y legitimar los estados nación modernos.

Sin embargo hay un tipo que decía cosas raras y que a mí me gusta leer de vez en cuando, pese a que muriera joven y apenas dejó obra. No es del todo desconocido, muchos tipos serios lo conocen bien. Lo único malo es que es francés (es broma…). Fue íntimo amigo de Montaigne (se rumorea incluso que hubo algo más que amistad y la verdad es que éste es vehemente y apasionado a la hora de hablar de su amigo). Se llamaba Etienne de la Boétie y, como yo, también le daba vueltas a esta idea del contrato social cuando escribió su Discurso sobre la servidumbre voluntaria con 17 o 18 años; no era un discurso público, sino un manuscrito que circulaba entre amigos y que, pasados los años y sin que nadie pudiera preverlo, terminó por convertirse en uno de los textos fundacionales del anarquismo.

Nuestro joven amigo era un tipo raro, como lo son todos aquellos que comprenden la condición humana. Pero también lo era porque hacía preguntas que nadie se había hecho (o no se había atrevido hacer). A él no le interesaba determinar la naturaleza humana, su origen bondadoso o malvado. Esta disyuntiva, como a mí, le parecía absurda; como también creía Montaigne. A La Boétie le interesaba contestar a esta pregunta: ¿por qué, un grupo amplio e indeterminado de individuos, es capaz y permite que un solo hombre les gobierne o les tiranice? Lo que adaptado a nuestro tiempo puede ser traducido: ¿por qué una sociedad se deja manipular y tiranizar por una élite que la gobierna?

No hay designios divinos, no hay Espíritu en el horizonte y las condiciones materiales son azarosas y tan imprevisibles que ninguna lógica ha sabido domeñarlas. La respuesta a esta pregunta la encuentra nuestro impetuoso amigo en la misma “condición” humana.

Subrayo condición, una vez más, para diferenciar esta idea del concepto de “naturaleza” porque La Boétie tampoco cree que nuestras sociedades sean el resultado de lo que nosotros entendemos por naturaleza. Para él, la naturaleza es, más o menos, lo que nosotros entenderíamos por cultura. Diferenciaba (sí, él tampoco logró librarse de esa mala costumbre de pensar mediante categorías entrelazadas; una pena), de alguna forma, entre lo innato y lo natural, que era nuestra “natural” tendencia a actuar según la educación o la costumbre. Según sus propias palabras: “La naturaleza del hombre es ser libre y querer serlo. Pero también su naturaleza es tal que, de una forma natural, se inclina hacia donde lo lleva su educación”.

Si pasamos por alto ese uso que hace del concepto de libertad, que aunque parezca aburridamente moderno tiene mucha más miga pero tendría que extenderme y esto dejaría de ser gracioso, La Boétie está diciendo –ahora en cristiano- una obviedad: que nuestras sociedades son el resultado de nuestra natural inclinación a imitar y actuar según la costumbre.

¿Por qué diablos millones de personas se dejan tiranizar por unas docenas? ¿Por qué, sabiendo que nuestras sociedades y formas de vida son contingentes, somos incapaces de construir otras sociedades distintas?

Por costumbre. Así de sencillo y, a la vez, tan difícil de comprender (que no significa lo mismo que entender). Él lo explica mejor que nadie:

Son cuatro o cinco los que sostienen al tirano […] Siempre han sido cinco o seis los confidentes del tirano, los que se acercan a él por su propia voluntad […] y los que se reparten el botín de sus pillajes. […] Estos seis tiene a seiscientos hombres bajo su poder, a los que manipular y a quienes corromper […] Estos seiscientos tienen bajo su poder a seis mil […] El que quiera entretenerse desenredando esta red, verá que no son seis mil, sino cien mil, millones, los que tienen sujeto al tirano […] al fin hay casi tanta gente para quien la tiranía es provechosa como para quien la libertad sería deseable. […] Así es como el tirano somete a sus súbditos, a unos por medio de otros.

Etienne de la Boétie escribió el Discurso sobre la servidumbre voluntaria en 1546(/48). Pensaba añadir algo más, pero se me han quitado las ganas, voy a conseguir que aun más gente me odie y, al fin y al cabo, son días de paz, amor y felicidad… Sólo una pregunta: ¿cuál debería ser la reacción “natural” de la población si hace más de tres años que el contrato está roto y tratan de reescribirlo a nuestras espaldas?

[Disculpad que no me prodigue en exceso por aquí, pero es que ya apenas puedo permitirme algunos excesos o licencias literarias como los de antes para cumplir con el blog. Se me ha pasado por la cabeza crear uno completamente anónimo para ese exclusivo fin. Quién sabe…]