viernes, 6 de septiembre de 2019

Cáustico


¿Está usted cómodo? ¿Necesita alguna cosa? Puedo ofrecerle un vaso de agua, un café (esa carísima maquinita plateada prepara un café delicioso), un caramelo con el logo de la CASA…

No, gracias; estoy bien. Me molesta el aire acondicionado, pero sé que no está en su mano desconectar ese cacharro.

Eh, no, no lo está. De acuerdo, cumplidos los prolegómenos vayamos directamente al asunto por el que ha sido requerido. Ejem. Como bien sabe, desde aquella lejana primavera en que entró usted, legalmente digo, a formar parte de esta santa CASA, hemos ido cultivando, no sin altibajos, una relación de confianza cuyos resultados se hacen patentes a la hora de valorar su trabajo…

Estoy conforme con su relato, ¿viene a anunciarme que soy merecedor de un par de días libres?

Disculpe; no me ha dejado terminar. Decía, que desde un punto de vista estrictamente laboral es usted un ente productivo; sus resultados, de hecho, están muy por encima de la media de su Departamento, pero…

Pero…

Tenemos algunas… algunas cuestiones que nos gustaría comentar con usted antes de tomar una decisión.

Me hago cargo, las decisiones siempre son difíciles. Como ve, me encuentro muy bien aquí sentado, los sillones son mullidos y tiene unas vistas estupendas; podría pasar todo el día aquí recostado comentando cosas, felizmente, con usted.

Celebro su predisposición a colaborar. Bien, la primera cuestión que nos preocupa es lo que en un informe elaborado por el Departamento de Personal han venido a llamar su “prolífica ubicuidad”.

Sólo puedo quitarme el sombrero ante un epígrafe como éste, pero ¿podría usted desarrollarlo un poco para que me haga una idea?

A eso iba. Usted ha sido visto, dentro del horario de oficina, leyendo, comiendo, fumando, ¿tomando notas? y observando el vuelo de las gaviotas en el jardín de ahí abajo. Continúo. De la misma manera, ha sido visto sentado en un banco de Passeig de Sant Joan, dormitando en el césped de la plaza de las Glorias, comprando unas zapatillas de saldo en un centro comercial, sirviendo cervezas en una barra en las fiestas del barrio de Gràcia, haciendo una zancadilla a una paloma en la plaza de Joanic, desinfectando el acuífero que surte la Font d’en Fargas, comprando tabaco en un estanco de la Barceloneta y –ésta es la que colma el vaso– patinando aquí enfrente, también, en la avenida.

Comprendo. Y, ¿todo esto supone un problema?

Desde un punto de vista estrictamente fáctico, todos estos acontecimientos, en sí mismos, carecen de valor para mí, digamos que son neutros. Es una cuestión de ubicuidad espacio-temporal, ya que todos ellos, concatenados a los largo de las semanas, dentro de su horario de trabajo, conceptualmente, suponen una grave infracción.

Es usted un gran comunicador, deberían contratarle para el Gabinete de la Presidencia. No se sonroje, hombre.

No haga chanzas, me ha entendido perfectamente, ya que es usted quien redacta estas peroratas. Pero, por si alguien se ha perdido en el subterfugio semántico: usted tiene que estar dentro del edificio, y a poder ser sentado a su mesa, de ocho a cinco, con sus correspondientes y alienantes descansos; como todo el mundo.

No quiero parecer desconsiderado, pero ¿en esta CASA se me paga por estar aquí sentado o por hacer mi trabajo?

Se le paga por ambas cosas y usted sólo cumple con una de ellas.

Veamos. ¿Desempeño mi trabajo en la mitad de tiempo que el resto de espantapájaros grasientos con trajes baratos de Zara con los que tengo que compartir aire y lavabos y se me censura?

De la vestimenta hablaremos más adelante, porque ya sabrá que no se puede venir en pantalón corto y alpargatas a esta CASA, por muy verano que sea, y usted lleva todo el verano viniendo de esa guisa. Y no, no puede terminar su trabajo, apagar el ordenador y marcharse para pasear y hacer uso de la ciudad como si fuera el salón de su casa. Ésta es la razón por la que han de pasar una tarjetita electrónica por el torno, para que quede constancia de sus entradas y salidas.

Lo sé, conozco las Normativas y a sus hermanitos pequeños, los Reglamentos, yo reviso esos tostones y pongo el sello oficial para que sean esculpidas en mármol; por eso no entiendo por qué me persiguen por Barcelona y documentan mi vida privada si pueden monitorizar mis entradas y salidas.

No le perseguimos, eso es lo gracioso. Le vemos. Piense usted que éste es un edificio grande, fálico, grande –repito– y acristalado, como un mástil que destaca inhiesto en el skyline de la ciudad; por sus orificios fluye gran cantidad de entes y todos, me temo, son muy dinámicos y volitivos; algunas hembras tienen que conciliar, otros están de vacaciones, los hay que iban al veterinario o a algún acto de Òmnium Cultural… Pero el caso es que la gran mayoría, por casualidad, se encuentra con usted, en los lugares más inesperados y distantes, en los sitios más inopinados. ¿Comprende? ¡Hay quienes juran haberle visto en distintos puntos de la ciudad a la misma hora!

Pues sí, es delirante. Pero, qué prefiere, ¿que mate las horas navegando por Internet, que haga excursiones al baño con los chicos nerviosos, que mastique lorazepam mientras eyaculo a gritos sobre la página setenta y cuatro de ¿Quién se ha comido mi queso?, que permanezca en el rellano mirando el reloj, como una estatua de sal, ansiando que marque las cinco para cruzar ese torno y salir a la Vida…? Un día llegué a ver a un tipo saltando esa barrera que hace pi-pi –como si esto fuera el metro– para salir a fumar. Sentí desazón. Yo prefiero cruzar la alambrada a pecho descubierto, pasando orgulloso la tarjetita y guiñando el ojo al guarda de seguridad. Aunque, he de reconocer, una vez también lo salté, porque era viernes, las cinco y diez, había cola y yo aquí, eso sí, no regalo ni un minuto; de modo que di un brinco por el hueco del mostrador que usan desde recepción para pasar los paquetes. El lunes siguiente la máquina se volvió loca, porque no había registrado mi salida del viernes y me hacía dentro; de modo que no me dejaba pasar. Si contabilizan esas horas, yo creo que podemos compensar las otras que me echan en cuenta.

La suya es una obscena exhibición de indisciplina y su actitud contraria en todo al espíritu de esta CASA. Y esto nos hace pensar que el resto de cuestiones que le han traído aquí no son más que otra muestra de todo ello. Como ejemplo, su atuendo.

En la calle hace calor, en la oficina frío y, aunque yo no soy un ser de medianías, en cuanto al clima, me gusta la templanza.

Permítame que le diga que solamente usted tiene “tanto” frío y que el calor en la calle lo soportamos todos. Trabaja en una CASA en la que existe la consuetudinaria imposición de usar traje para acudir a la oficina, pero usted, desde un inicio se ha negado a ello. Lo permitimos, pese a ser un asunto que ha despertado envidias y restablecido viejos rumores, ya que su atuendo era correcto, pero…

Pero…

Usted no puede venir en verano con pantalón corto y alpargatas.

Son esparteñas.

Como se llamen. Además, luego, se cubre en la oficina con un abrigo de plumas y la imagen que ofrece es horrible. Piense en la reputación de nuestra CASA, ¿dejaría en manos de un tipo como usted el futuro de su familia, de sus hijos…? Nosotros vivimos de la credibilidad, también de la impunidad, pero si nuestra imagen se viera afectada, toda la des-confianza depositada en nosotros se rebelaría ¿Quiere usted que eso suceda?

Eh…

Usted, nuestra permisibilidad con usted, supone un agravio comparativo. Si al menos se ganara el cariño o la afable solidaridad de sus compañeros… Escuche, escuche; leo textualmente del informe redactado por el Departamento de Personal: “[…] el Ente se muestra apático durante el desarrollo de las dinámicas grupales programadas y destinadas a marcar hábitos en la asunción de roles dentro del Departamento; causando baja en la mayoría de ellas. Sirva de ejemplo que abandonó una room scape aduciendo que tenía que llevar a su iguana al ginecólogo. Escasa o nula presencia en los distintos espacios de pacificación y descanso. No acude a las reuniones programadas por nuestra orientadora laboral, de modo que desconocemos cuáles son sus aspiraciones dentro de nuestra CASA. El Ente es un enigma, un ser cáustico, extremadamente singular y muy poco homologable, al que bien quisiéramos ver muerto o poner en la calle y al que, en otras ocasiones, paradójicamente, entran deseos de besar”.

¡Bravo! Prométame que les felicitará; estoy por subir yo mismo para darles ese beso. ¿Es posible conseguir una copia de ese informe?

No siga por ahí, está acariciando un tema con el que no se puede hacer bromas ni en su blog. ¿De acuerdo? Y le recuerdo que este tipo de insinuaciones puede dar lugar a la apertura de un expediente mucho más grave que éste que tengo sobre la mesa y, ni que decir tiene, a la incoación de una investigación judicial.

En ese caso será mejor que les felicite usted. ¿Alguna otra cosa?

¿Otra cosa? Creo que no ha comprendido el amplio espectro y la transversalidad del problema que usted encarna. Esperamos de usted soluciones, promesas de enmienda; algo que nos haga albergar esperanzas. ¿Comprende? Quisiera que ambos sacáramos algo provechoso de esta agradable conversación que hemos mantenido, que fuera usted un ejemplo de canalización de esfuerzos entre departamentos, de eficacia en la diagnosis y pulcritud en la resolución. Queremos ver un hombre nuevo en usted: competitivo, audaz, involucrado… de los que no se dejan adelantar, y si hace falta meten el codo, para acudir a la reunión semanal del Departamento. ¿Qué me dice?

Sí, le digo que yo estaría encantado de ayudarle pero, si presta usted atención, como puede observar, pasan tres minutos de las cinco en punto; de modo que ya le he regalado tres. Pero no se preocupe, porque mañana mismo, sin demora, a partir de las ocho, toda vez que esté sentado a mi mesa, le prometo pasar la mañana pensando en ello, quizá también la tarde o toda una semana, el tiempo que sea necesario, para dar con la solución al problema de mi existencia. No decaiga.