martes, 7 de junio de 2011

Spleen y Doxa (III)


Las sociedades occidentales evidencian una necesidad de ganar su mayoría de edad, de evolucionar; la exigencia constante de crecimiento desmesurado es un requerimiento externo. Ahora no somos más que enormes cuerpos, que nos empeñamos en alimentar, con la mentalidad infantil de quien sólo se rige por sus caprichos, necesidades mal atendidas y contradicciones, en tal caso, inevitables.


Lo peor de todo esto no es el cielo oscuro y la ausencia de estrellas; lo peor son las horas de luz, las horas y la nada.


Que lo político no tiene nada que ver con el pensamiento formal se hace cada vez más evidente estos días. Hemos sobrevalorado el discurso en detrimento de los cuerpos cuando interactúan sin malicia, llevados por la sana necesidad de continuar necesitando.


Hay apuestas que no merecen la pena; hay penas que no pueden ser apostadas.


La condición humana sólo puede enfrentarse a sus contradicciones, en ningún caso podrá algún día superarlas, a menos que renuncie a su doble naturaleza, a su condición -lo cual ya no es posible.


¡Cómo renunciar a la sangre! ¡Cómo renunciar a la costumbre licuada con nuestro ADN! ¡Cómo modular esta voz que emerge sin origen, desde espacios que no pueden ser mirados!


¿Desde espacios?



La nuestra es una condición esquizofrénica; es una cuestión de grado el recurso con que la medicina señala el umbral de la enfermedad.


¿No ser demasiado humanos? Ya dejamos una vez de ser otra cosa y… Ahora nos vemos obligados a querer ser.


¿Acaso no somos enfermos?



Aprender, crear y luchar. Qué sencillo es el mundo cuando hablamos con el lenguaje.




Mayo de 2011