sábado, 6 de agosto de 2011

Estado de excepción (III)


Lo político, y esto lo dice alguien que es irremediablemente más filo que poli, no puede seguir estando dominado por espíritus contemplativos; lo político es necesariamente espacio de la acción. Ésta es la razón por la que una parte de politólogos o “teóricos” andan de los nerviosos cada vez que les toca componer su encabalgamiento habitual de paráfrasis con el que hacen pensar que tras su discurso hay una idea y no solamente nada: ejercicio que pone de manifiesto cuál hondo ha calado el idealismo en nuestra cultura.


Quienes echan en falta el sistema, quienes tiemblan cuando descubren que ahí fuera, en el espacio de lo real, los principios lógicos de sus mundos de hadas no rigen, sólo tienen dos salidas: claudicar o menospreciar.


Viven en mundos paralelos, cuya rigidez les impide ver más allá y descubrir el devenir de lo variable, la temporalidad fuera de Tiempo, el triunfo memorable de lo ahí frente al ser.


Ahí fuera no hay Verdad, razón por la que la dialéctica no tiene cabida e intercambiamos su exigencia agonal con nuestro baile de palabras, como un juego a veces dulce y otras amargo, puesto que la vida precede al entendimiento, con el que construimos mundos paralelos sujetos a la lógica con la que cosemos nuestras categorías, y sólo se deja comprender cuando quien lo intenta acepta el reto de haber realizado esta tarea previa consigo mismo. Sólo entonces adviertes el pacto amargo contraído con el Sentido. Sólo entonces te está dado poner contra las cueras sus límites y, en algún momento, acaso unos segundos, cruzar la frontera.


Y sólo así, es cierto, reconocemos la legitimidad y el poder de crear, que, por nuestra condición, no es propio. Así, en minúscula, que se siente el galerista, no avisen, por favor a ningún “teórico” del arte, o se lo llevarán a su mundo, lo arrastrarán a su terreno; lo expropiarán para sí. Dejémoslo ahí, cada uno tiene el derecho de vivir en el mundo en que quiere vivir, hay incluso quienes viven en mundos donde sólo existen ellos, pero nosotros queremos uno con mayor densidad demográfica –por aquello de evitar la endogamia, ya sabéis…-, y la contingencia de todo lo que nos rodea, es la piedra de toque con que exigimos y legitimamos el derecho a erigir uno hecho a nuestra medida con los materiales de deshecho que nosotros estimemos oportunos. Analizar el resultado de este collage bajo “modernas” categorías o lógicas de antiguos sistemas de pensamiento es inútil, tanto como tratar de comprender con nuestros análisis representacionales una pintura rupestre, o como si fuéramos capaces de retroceder en el tiempo con un Velazquez bajo el brazo hasta su tiempo e interrumpir al “artista” mientras sopla pigmentos sobre la piedra del interior de una cueva profunda y llamar su atención sobre el sentido del Velazquez.


Una de las cualidades de los asamblearios, a mi entender, reside en que, en muchos casos, han dejado atrás toda aquella retórica neomarxista en torno al concepto de “revolución” (o la propia lucha de clases –no hay clases, sólo individuos-: el sujeto de la historia es nuestra propia especie), saltando este paso de manera descarada –algo imposible dentro de un sistema de pensamiento- y dando paso a la autogestión modélica de una estructura alternativa, horizontal, construida sobre la marcha y según la orografía del terreno. Este movimiento sin nombre, porque es un movimiento ciudadano, es revolucionario no porque pretenda derrocar al sistema para dar lugar a un nuevo sistema “contemplado” de forma previa y positiva; las acciones que se están llevando a cabo tratan de poner en evidencia al sistema desplegando una estructura paralela cuyo orden orgánico con todas sus contradicciones trae de cabeza a todos aquellos que no están dispuestos a aceptar la contingencia del mundo que los cobija y creen necesario.


La revolución, en su caso, está consumada y ganada, podéis comprobarlo en los barrios; quizá falte que llegue a extenderse, que cada vez un mayor número de la ciudadanía vaya dejando poco a poco el mundo que hasta ahora creían inexorable para formar parte de un nuevo mundo, en el que al menos tendrá la oportunidad que nos han robado de enfrentarnos a nuestro destino. En ello deben centrarse ahora todos los esfuerzos: en naturalizar esta revolución social y extenderla progresivamente, y de forma paralela al orden establecido, con descaro, en más ámbitos públicos, hasta llegado el momento en que esa gran estructura paralela sea lo suficientemente tangible como para pueda ser pensada según nuevos parámetros.


Si de plantar cara se trata, si pretendemos poner a alguien en evidencia, si queremos hacer daño sin herir, creemos nuestro propio estado de excepción, más dulce, más humano, en todo caso. Olvidemos las ideas y dejemos de consultar el guión, la función, la más importante, ahora se escenifica sin ensayos previos en este espacio ganado al que todos estamos convocados.




Barcelona, 16 de julio de 2011