viernes, 29 de enero de 2010

Homo sapiens


El problema de la Ilustración no es la fobia que le tengo a este concepto y lo irritante que me resulta quienes lo esgrimen, para sí o quienes les rodean, o enarbolan; el problema no consiste en el sustrato idealista, en torno al conocimiento y nuestra capacidad para adquirirlo y ponerlo en marcha; el problema... no, no es ése. El problema es que nuestra cultura, tal y como es a día de hoy, nuestra sociedad, nuestro sistema... en definitiva, el campo de juego en el que nos vemos obligados a interactuar, sobrevivir y consistir es el resultado de un proyecto, un sueño hecho realidad; y ya saben los cuatro gatos con insomnio que leen esto que lo peor que nos puede pasar no es otra cosa que la posibilidad de que nuestros sueños puedan, algún día, llegar a cumplirse.


(¿Pensaba en todo esto Goya cuando puso por título a uno de sus grabados El sueño de la razón produce monstruos?)


Quienes son precavidos y saben cómo funciona el juego cuando se juega de verdad, sin cartas marcadas, con la espada sin embotar, comprenden a qué me refiero cuando advierto sobre el cuidado que hemos de tener con lo que soñamos o deseamos.


Ese proyecto al que me refiero no es otro que el proyecto Ilustrado, que, como he comentado ya más de una vez, fue definido por un germano, por el que tengo especial simpatía y admiración, como “la salida de nuestra autoculpable minoría de edad”.


Siempre he pensado que, dejando a un lado que, éste, fuera una de sus precursores, Kant, con estas palabras, estaba refiriéndose a algo que muy pocos comprendieron. Lástima –o quizá fue una suerte- que no llegara a ver el engendro a que daría lugar dicho proyecto: porque el sujeto contemporáneo y el mundo en el que ha de vivir es un engendro y no hace falta salir de casa o de uno mismo para comprobarlo; esto no lo digo yo... Freud no escribió El malestar de la cultura para mantener una cátedra o porque publicar fuera una necesidad para percibir una subvención; Adorno y Horkheimer no se jugaron el tipo gratuitamente, porque lo hicieron –vienen a decir lo que vengo diciendo yo, y os puedo asegurar, es evidente, que suele costarme caro-, cuando publicaron Dialéctica de la Ilustración.


(No, este juego no es gratificante, no genera beneficios, no puedes exhibirlo en el currículo y cuando termina la función el teatro suele estar vacío y en el gallinero, a veces, huele a orina.)


A grandes rasgos, durante la época que los historiadores llamaron Ilustración, surgió en Europa un fenómeno reflejo o paralelo al que estaba sucediendo en el ámbito científico, principalmente en el mundo anglosajón –que, para quienes no se orientan, en aquella época, prácticamente, se ceñía a la isla-: el surgimiento de comunidades científicas, comunicadas mediante publicaciones o intercambio epistolar, donde el trueque de conocimientos, el entusiasmo por “conocer” la naturaleza de manera distinta a como se había venido haciendo y la disposición divulgativa hizo que, en doscientos años, se avanzara más en algunos campos que en los últimos ochocientos. Del mismo modo sucedió en el ámbito de las ciencias sociales (avant la lettre): se trataba de aquéllos que tomaron el testigo de los anteriores studia humanitatis y cuyo proyecto, más allá de la adquisición de conocimientos, estuvo orientado a la “construcción” de una sociedad ilustrada, basada en el divulgación, la educación y el intercambio de conocimientos. Con estas herramientas, pensaron, podrían forjar un Hombre nuevo, que, a su vez, levantaría, sobre sólidos cimientos una sociedad fraterna, libre e igualitaria. Todos hemos visto la película; su eslogan también es conocido por todos: Piensa por ti mismo; atrévete a saber.


No, no es un mal desafió; incluso es capaz de despertarme cierta ternura cuando escucho su melodía –porque yo también la tarareé en su día-.


Podría esgrimir varias razones para echar por tierra dicho concepto y el ilusionismo de su proyecto (he hablado varias veces sobre estas razones; de hecho, creo que siempre hablo de lo mismo), podría hablar de la muerte del sujeto cartesiano, del sujeto ilustrado, del sujeto moderno, en definitiva; podría hablar, recurriendo a cierta terminología de la sociolingüística, la lingüística evolutiva o del desarrollo, cómo nuestras concepciones sobre el pensamiento no son más que eso, conceptos, espejismos o imágenes que nos gusta encontrar cuando vamos a mirarnos al espejo y con las que nos sentimos cómodos, como con un pantalón viejo que ya hemos hecho a nosotros; podría hablar sobre el desarrollo de nuestro cerebro, del vínculo que dicho desarrollo mantiene con nuestro entorno social y de cómo todo ello supuso, supone cada día, la adquisición de múltiples formas, por parte del sujeto, para modificar su conducta... Podría hablar de muchas cosas sobre las que se supone, pre-juicio ilustrado, dada mi “formación”, tendría cierta autoridad.


Pero os equivocáis, nunca entonces habéis sabido quién soy: no me va la vida en investirme de ésta u otra autoridad.


Realmente, lo que más me irrita de esta polvareda, de esa aura levantada en torno a este concepto no son las lagunas técnicas, teóricas (por no hablar de los hechos) que lo han hecho zozobrar y por las que, hace tiempo, algunos, pedimos a gritos un replanteamiento de todo el sistema sobre el que se asientan nuestras formas de vida; lo que realmente me irrita no es otra cosa que el alto valor de cambio que su pose ha adquirido en nuestros tiempos -porque, dicho de otra forma: no hay sujeto ilustrado, sino individuos que se creen el cuento y lo ejemplifican, algunos con mayor pericia que otros, pero, al final del día, todos los gatos, inevitablemente, son pardos, maúllan si tienen hambre y muestran las uñas y arañan si lo creen conveniente-.


No nos engañemos, tras lo juegos pirotécnicos, las estancias iluminadas y las luces que todo lo pueblan, tras la psique humana, siempre habrá oscuros. Sí, eso digo, tras toda esta iluminación, lo que hay es muy poca lucidez; sobran conocimientos y falta gente que, verdadera y honestamente, de una manera profunda y crítica, sinceramente, quiera atreverse a saber.



PD: Pensar por si mismo no es otra cosa que mirar, cara a cara, con ojos de gato, al pensamiento que acepta el reto de atreverse a saber. Aceptar ese reto acarrea, a corto plazo, más perjuicios que beneficios, pero, a la larga, llega un día en que, al mirarte al espejo, descubres, dichoso, que el traje de gala, hace tiempo, lo olvidaste en algún sitio que ya has olvidado.



(Ahora que miro, suspendido en este cable, sin red que amortigüe cualquier posible caída, a veces echo la vista atrás y me repito, con sorna y orgullo “¿Quieres esto otra vez e innumerables veces más?”. Entonces, con esa sonrisa estúpida que a veces la locura de sabernos realmente vivos es capaz de dibujarnos bajo la nariz, siempre, o casi siempre, me gusta tararear Non, rien de rien / Non, je ne regrette rien”.)




Doncs això, vull pensar que hi ha paraules que gens més són paraules.