sábado, 16 de enero de 2010

Licht, mehr licht


Que la “experiencia” es la categoría por excelencia de nuestra época no debería, a estas alturas de la Historia, resultarnos extravagante; basta con leer a nuestros contemporáneos para darse cuenta de ello.


La experiencia, en sentido amplio, fuerte, no es el mero enfrentarse o encuentro del sujeto con el objeto; la experiencia es un marco temporal, subjetivo, de quien padece, conoce y disfruta una vida más allá de sí.


El embrión de un sujeto experiencial se juega en la cópula de nuestra condición, que es rechazo de nuestra naturaleza, con este entorno impostado que la desplaza.


El resultado es una nueva naturaleza relacional, condicionada, ultrajada, abotargada... demasiado viva para soportar, simplemente, ese vivir sin más.


Nunca dejaremos de sentir envidia/nostalgia por la relación que mantiene el cánido aullador y la luna llena.


(... por mucho que lo intente, mis aullidos nunca serán tan persuasivos.)


¡Qué insoportable es no poder ser un dios a todas horas!


Digámoslo de otra forma: fuera de la experiencia no hay lugar a una vivencia privada, no hay espacio interior que acotar.


Hablar de subjetividad en contraposición a la experiencia conforma una contradicción en todos sus términos; cualquier subjetividad es una forma de experiencia y, por ello mismo, tiene sus anclajes en ese afuera del que no es más que un reflejo que se filtra siempre a través del espejo cuyas cualidades o grado de distorsión nunca podremos comparar con ningún espejo puro o con algún manantial de agua mansa.


La experiencia es aquello que queda, un poso que amarga o endulza cualquier otra bebida que vertamos en la taza; ese hollín que ennegrece los contornos mientras tratamos de tantearlos siempre a oscuras.


Siempre, siempre, queda y queda.

Nunca se va del todo.

En este sentido, la vida es obstinada;

eso es lo que tiene,

que está en todas partes,

que no te deja en paz.


Es un doble movimiento que concentra la inflexión, que no puede ser neutra, de lo que marcha y se queda: se marcha el objeto, permanece la experiencia.


En este sentido hay objetos que siempre nos pertenecerán.


(... pues están “hechos” (objetos) a nosotros del mismo modo que nosotros (sujetos) nos “hicimos” a ellos.)


Y ese “quedar” de la experiencia, en contraposición con la experiencia sensible, que no es más que estética en el sentido kantiano, adquiere un halo negativo en relación con el objeto que la conforma. Porque toda experiencia es “experiencia de...”, anuncio de una ausencia que, como tal, erre que erre, no nos deja en paz.


(... cualquier cosa se convierte en objeto en el preciso instante en el que su presencia ya no es requerida para compadecer ante nosotros.)


Siempre he intuido que las últimas palabras de Goethe (Licht, mehr licht) no eran más que el gesto de un masoquista, aunque si las compramos con las de Sócrates (Critón, le debo un gallo a Asclepio. No te olvides de pagárselo) creo que no hay mucho más que explicar sobre la diferencia entre “tener(vivir) experiencias” y “autoafirmar la experiencia”.


Pues eso, licht, mehr licht,

que no se diga que este perro carece de valor para mirar cara a cara a la intemperie

(mi hogar).



¡Salve!