jueves, 25 de noviembre de 2010

Escarabajo pelotero


Este tipo de coleóptero coprófago es una especie por lo general nocturna, de apenas dos centímetros y de un color negro profundo, que posee un par de alas plegadas sobre el tórax gracias a la cuales, aunque no en todos los casos de variantes especiativas, podemos observarlos emprender el vuelo en los meses cálidos al atardecer o cuando ya es noche cerrada.


El escarabajo pelotero amasa, formando una bola, y acumula los excrementos de ciertos mamíferos superiores, principalmente herbívoros, y los transporta allá donde va, rodando, hasta su refugio, bajo tierra, sin importar la orografía del terreno, el esfuerzo inmenso que son capaces de realizar o que su carga les doble o triplique en tamaño o quintuplique en peso; de ello se alimentan y en ello introducen sus huevos las hembras para que, más tarde, lo hagan las larvas hasta su maduración.


Aunque no lo parezca, no en todos los casos, es una especie de insecto fundamental en la agricultura, ya que su instinto por recolectar, hacer acopio, transportar y deglutir las heces, la materia en descomposición, lo sobrante…, los hace imprescindibles a la hora de limpiar el terreno de esta materia que, ciegamente, rastrean, llevan consigo y acumulan.


Siempre me ha resultado llamativa la obstinación del escarabajo pelotero: tenga hambre o no, se encuentre en su terreno o completamente desorientado tras haber sido “secuestrado” de su hábitat común, el escarabajo pelotero acumula sin reflexión ninguna ese equipaje del que no se desprende y por el que es capaz de luchar y, en algún caso, dar la vida. Como un imperativo biológico, una llamada genética o una orden de su especie que lo trasciende y copa toda su filogénesis, el escarabajo pelotero no puede dejar de acumular y transportar consigo la materia hallada.


Y es que no hay manera, todas las especies estamos encadenadas a nuestra propia genealogía y rendimos tributo en todo momento, y nos debemos como a un pacto más allá del tiempo, a nuestro destino; ante el que, tarde o temprano, hemos de rendir cuentas, puesto que todo ciclo exige por sí mismo ser completado.


Todo cae por su propio peso y los horizontes confluyen siempre en el mismo cruce de caminos en el que Edipo, una y otra vez, eternamente, da muerte a su progenitor y cumple con el parricidio anunciado e insoslayable; para descubrirlo sólo basta con haber visto alguna vez una parte de tu vida arrumbada junto al contenedor de la basura (y saber que no será la última).


Por mucho que tratemos de encumbrar nuestra voluntad, también nosotros estamos ordenados según conductas ante las que, rara vez, podemos rendir cuentas; sencillamente nos sustraemos a ellas, de forma inconsciente, como el escarabajo pelotero. Nuestra casas y nuestras vidas están plagadas de objetos inútiles, materia de desecho, que acumulamos según un sentimentalismo con el que tratamos de ocultar la incertidumbre, la necesidad u otros imperativos biológicos que confirman nuestro bagaje evolutivo e inciden, de alguna forma, en el camino de regreso, en este punto de inflexión por medio del cual dejamos a un lado el instinto para desplegar esta Humanidad a la que no podemos hacer otra cosa que aspirar, como horizonte regulativo, en su finalidad sin fin; macabro viaje sin destino, travesía frecuentada que jamás podrá ser cartografiada por una geometría sobre un plano en el que presumimos una oblicuidad de la que, no hay remedio, pendemos como títeres depositados después de cada función.


Los rituales se repiten con la misma pasión que otras veces y según una coreografía sobre cuya autoría nadie es capaz de pronunciarse: el ritual de repartir lo que puede ser de utilidad entre conocidos, el de discernir entre lo imprescindible, lo necesario o lo más valioso, el de levantar la vista hacia el balcón al cruzar la calle, el de echar a faltar aquello que siempre parecía estar de más, el de tomar la decisión de qué dirección tomar sólo cuando la ciudad oculta el sol a nuestras espaldas; el ritual por el que un escarabajo pelotero sufre la metamorfosis que lo transforma en gastrópodo de concha espiral.


El auténtico equipaje es el que no ocupa espacio y arrastramos allí donde vamos, cada vez más pesado y denso, como preciadas medallas de vida a las que jamás el Banco Central Europeo podrá poner precio y con las que, exigimos, nadie puede arrogarse el derecho de mercadear.


Volveré a acumular; al fin y al cabo no soy muy distinto de un escarabajo pelotero.