viernes, 28 de agosto de 2009

Vestidos para la ocasión


El impulso ético, la llamada a la acción reflexiva, concentra el momento en el que tomamos la decisión de vestir, sabernos vistos y vernos engalanados de un gesto que nos resulta bello, sublime, justo...


A decir verdad, es una apuesta arriesgada, un salto al vacío, puesto que el gesto, preñado por un sujeto, cualquiera, de significado, no tiene por qué significar nada para un Otro.


Donde uno escucha la Gran Sinfonía, Otro no halla más que silencio.


La relación entre Ética y Estética, para muchos, a estas alturas, es evidente; pero esa evidencia, todo hay que decirlo, rara vez logra calmar la frustración que todo esto nos depara.


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Hay quienes opinan que un buen jugador jamás deja el tapete y abandona la mesa habiendo perdido hasta la última de sus fichas. Pero sólo los grandes jugadores son capaces de apostar toda su fortuna a una mano y confiar plenamente en su suerte; sólo un gran jugador abandona la mesa con los bolsillos vacíos y el gesto sereno de quien siempre tuvo claro que, aquí, se viene a jugar y que sólo el juego resulta siempre victorioso; los demás, jugadores, simplemente nos plegamos a él.