viernes, 30 de octubre de 2009

Des-encuentro


Sucede que, en ocasiones, “tropiezas” con algo o alguien con quien, de alguna manera, con sólo un roce, con un simple intercambio de palabras, un par de miradas o un mero gesto, te sientes cercano o en casa. Una experiencia que carece de cualquier sentido místico o trascendente; de hecho, corresponde a parámetros epistémicos de andar por casa –de hecho, quizá por ello, experimentamos la sensación de sentirnos como en casa-. Cuando esto sucede acontece esta suerte de familiaridad en la que algo lejano, desconocido, distinto a lo anterior, resulta de alguna forma sensible o intuitiva, cercano, frecuentado e identificado con experiencias pretéritas para ser subsumido: investido de Tiempo.


La cosa lejana y distinta no deja de ser, en todo caso, desconocida; somos nosotros quienes percibimos esa extraña familiaridad. Por ello, no deja de ser absurdo el desconcierto que nos produce que tarde o temprano esa familiaridad se enturbie o quede apartada por la no-identidad o la diferencia real sobre la que fue construida. Tras el desencuentro no podemos dejar de hacernos esta pregunta: ¿cómo lo familiar se ha vuelto extraño?, pero erramos en su planteamiento. Lo cierto es que, en cualquier desencuentro, nos enfrentamos, más que nunca, ante la cosa en sí misma y que la familiaridad que “vimos” en ella no era más que eso: una forma de darle nombre a lo que no es idéntico; vana técnica de la subsumción. Precisamente, con el desencuentro, la cosa misma deja de ser desconocida y se nos presenta como tal; puesto que la pérdida de esa familiaridad anhelada da paso a la percepción de lo ajeno para incorporarlo a nuestra experiencia.


En algunos casos éste es el comienzo de un auténtico encuentro; en otros, sencillamente, un retorno al desencuentro primero, ocultado, no percibido; una historia que se repite cada día.


Nunca deja de ser triste que algo que fue, de alguna manera, nuestro se aleje de nosotros. Nunca deja de ser triste que aquello que creímos parte de nosotros, irremediablemente, nunca pueda ser una parte de nosotros. Nunca deja de ser triste que los gestos que creímos familiares cobren nueva significación. Nunca deja de ser triste abrirse a la distancia de todo lo que nos rodea.


No, no deja de ser triste; un desencuentro nunca deja de ser triste.